En homenaje al Sol Andino y al pueblo musical que guarda entre sus manos
Por: Oswaldo Flórez Andrade
Conocer a este personaje nacido en Samaniego en un febril noviembre de 1967 para quien redacta este homenaje a la humildad convertida en constante algarabía, es uno de los placeres más gratos que la amistad sincera puede prodigar.
Dueño de una mirada honesta, un rostro sin complejos y una sonrisa de niño eterno que se niega a abandonar su mundo y sus recuerdos; dispuesto siempre a dejar tatuado en el otro un buen momento, ese es Darwin Córdoba, quien aprendió junto a sus amigos de infancia en la vereda San Juan distante a dos kilómetros del casco urbano en el municipio de Samaniego a gozarse la frescura del los ríos San Juan y Pacual en un arrullo torrentoso de sonidos y colores.
En su San Juan del alma donde transcurre apacible la infancia y adolescencia, siente el llamado del arte, motivado en las fiestas patronales de San Martín, el apóstol de los desvalidos cuya celebración del mes de agosto le invita a conocer el encanto de la vaca loca y los castillos pirotécnicos que al compás de la banda musical, nutren su espíritu y la mente se llena de motivos para aplicar en el lienzo esa carcajada que no duerme, que se atraviesa en el verbo y la metáfora cuando de ser felices sin desmayo, se trata.
En medio de la fragancia propia de una tierra noble para el arado y rica en paisaje donde el cueche dejo trazado su horizonte, este pintor orgullosamente empírico empezó a dibujar su historia de vida.
Al comienzo fueron dibujos de los próceres de la patria que a cambio de unos centavos, quedaron plasmados en los cuadernos de sus compañeros de clase, luego vinieron otros encargos como las carteleras escolares.
Ya en el bachillerato en el Colegio nacional Simón Bolívar, su talento fue premiado con el diseño de varios murales inspirados en lo cotidiano del pueblo, en la vida, en el trabajo y la gente. En 1986 es llamado a escenografías paral del concurso Departamental de bandas. Allí el músico y sus instrumentos, se vieron bellamente interpretados por el pincel de este buen hombre.
Inmerso en el arte figurativo y teniendo como cómplice inicial al maestro Galo Moreno, quien en 1985, le abre las puertas al mundo de la pintura, nuestro personaje, queda impactado por la obra de Leonardo Da Vinci y Salvador Dalí, de quienes extrae sus movimientos, el color, la textura y la composición pictórica que los caracteriza para luego conectarse con el pensamiento y los sentimientos reflejos en el espejo del pastuso Homero Aguilar, con quien guarda una bonita amistad y profundo respeto.
Inquieto por la pintura y dispuesto a dejar huella en su natal Samaniego, Darwin Carlos Córdoba con su sentido solidario, emprende camino en 1986 para motivar en la juventud samanieguense el apego por las artes bajo la batuta de los pregones de fiesta que cada verano de agosto se toma a Nariño y acoge a todos con igual algarabía. Surge entonces la primera exposición colectiva de artistas locales en la biblioteca “Cocuyos”, con positivos comentarios entre propios y visitantes. En 1987 recibe mención de honor por su participación pictórica en la feria de la ciencia del INEM de Pasto.
Una prolongada ausencia de los salones de arte, lo lleva a refugiarse en la pintura por encargo para su familia y sus amigos y en el 2007 cuando se ha metido en los caminos del hiperrealismo , deja fluir su sensibilidad social para fundar el Taller Cultural “Cururo” en cuya madeja de ilusiones pretende atrapar a los artistas de la comarca en un gran salón que recibe crítica satisfactoria por la calidad de los participantes y que por fortuna continua abierto para seguir mostrando con orgullo el potencial artístico que reina en Nariño.
De su extensa obra entre desnudos, paisajes, bodegones y retratos, Darwin Carlos Córdoba se ha bebido sorbo a sorbo los momentos, que a diario le comparten amigos como Homero Aguilar y Jairo Buesaquillo, quienes con respeto y admiración le señalan nuevos movimientos y tendencias y cual alumno aplicado los aprende, los conjuga y los vuelve suyos para deleite de todos.
Sus trazos agradecidos y acentuados en el gesto y la dinámica propia de la música y la gente, dejan a este artista en lugar privilegiado pues los instrumentos de viento con los que ha tenido contacto desde niño en Samaniego, son su pan de cada día.
10 obras de la serie “Soles y Vientos”, nos introducen en una sinfonía exquisita donde el instrumento cobra vida en un mundo sin condiciones ni rencores. En esta producción salen a relucir sus sueños niños que sin complejos se dejan admirar en la suma contemplación de quien alcanzó el éxtasis al arrullo de la música y su matrimonio con el hombre.
“Maestra Vida”, es otra serie de este artista en homenaje a los “viejitos” y en la cual se dedica a retratarlos en su diario vivir, reflejando su pobreza su soledad y sus angustias.
En el pasado encuentro internacional de Culturas Andinas, Darwin Carlos Córdoba participó junto a más de 80 pintores de la región siendo seleccionado entre los 30 más reconocidos y colgó su obra “Sol Andino” mereciendo el reconocimiento y respaldo de los consagrados críticos de arte.
Este músico frustrado, aprendiz de quena, hecho artista en una ciudad alegre, bonita, fiestera, de buenas gentes que inspira por su paisaje, su clima y su color tiene un claro mensaje para los jóvenes pintores que como el sueñan con un mundo mejor y es a trabajar constantemente en lo que a uno le gusta, forjarse metas y cumplirlas no importa si eres profesional o no pero trabajar con disciplina debe ser la consigna.
El camino esta trazado para este joven artista orgulloso de sus raíces y quien a través de un proceso social, pactó la paz consigo mismo y con sus hermanos para continuar pintando los pregones fiesteros que tanta falta le hacen a este atribulado país.